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Posibilidades - Marvin Menjívar (Historia corta)




Veo el perfil trasero de mi esposo con la luz de la luna como reflector. Me pregunto su verdadera opinión de mi. Siempre me dice que soy la mejor esposa del mundo, carismática, amable, una mujer ideal. Luego de leer sus mensajes; los que yo nunca debía haber visto, estoy consciente de una duplicidad en sus expresiones. A su amante, le explicaba que yo era frígida, odiosa, aburrida, casi una estúpida, una mujer nefasta. No me dejaba por lástima. A mi, una doctora en medicina en general, de las pocas que han logrado establecer una clínica. La tentación de acariciarlo y quebrarle el cráneo con un jarrón de metal son igualmente tentadoras. Quiero que me pida perdón, pero también quiero sangre.

El problema no es solo haber descubierto su infidelidad sino haber leído Perdida y Nunca Me Dejes Ir antes de todo este caos. Desde hace días, me siento atrapada entre la disyuntiva de matar a su amante para destruirlo o desaparecer para torturarlo o inculparlo de mi desaparición. Está demás decir que luego del duelo de perder la imagen inmaculada de tu alma gemela, llega la rabia, no solo de haber sido tan ciega, sino de permitir a la persona verte la cara de estúpida por tanto tiempo. Si he sido un tanto estúpida después de todo, pero aplica para el principio y medio de la historia, pero no voy a ser definida por eso. Yo tendré la pluma que escriba la última palabra de la historia.

Los he espiado por meses, siguiendo sus pasos de cerca, cada excusa traslapada con la repulsiva verdad de su traición. Tenía la certitud que quería venganza en dos momentos claves: cuando la llevo al mismo lugar de nuestra luna de miel y me dio la excusa de una reunión de trabajo y cuando observé una cadena de plata en su amante, la misma que me había dado para el sexto aniversario de casados, para rematar era una promoción de dos por uno. Así de desgraciado y tacaño, era mi esposo.

He preparado los mismos desayunos de siempre, la cama siempre está bien hecha, la casa siempre está nítida. Nada ha cambiado, en teoría. Mi esposo no debe saber que yo conozco los detalles de su asquerosa infidelidad. Todas las noches es la misma historia, dormimos en la misma cama, a veces me toca y a veces no. Me pregunto cómo va a lucir dormido, después me preguntaré cómo se mira mientras los gusanos lo consumen. 12/07/19

Es otra de esas noches largas e infinitas como las posibilidades. Me muevo en la cama con gran cuidado, como si estuviera sobre cristales o con un animal salvaje que no debo provocar. Siempre he sido considerada con mi esposo. A pesar que él se va antes al trabajo, siempre me despertaba antes para prepararle el desayuno. Cuántos sueños placidos he desperdiciado por ese infeliz. He inventado una enfermedad inexistente como excusa para no hacerlo más. Odio tener que mentir y no decirle que ya no seré la tonta que él cree, pero para mis planes, es indispensable.

A medida que desciendo las escaleras con cuidado para llegar a la cocina y prepararme un té chai, me doy cuenta de lo mucho que amo esta casa que creí perenne como mi matrimonio, pero tan pronto como Stephen esté muerto dejaré estas cuatro paredes. No soporto los recuerdos, diré a mis vecinos y amigos mientras gruesas gotas de lagrimas caen de mi rostro, forzadas; las cajas con mis pertenencias en mis manos, no muchas. Las de mi difunto esposo en el auto, en el baúl, las cuales sacaría en medio del camino, rociaría un poco de gasolina y les prendería fuego. Adiós a los malditos recuerdos, diría de forma bravucona ante la llamarada solitaria.

Tomo asiento y sirvo mi té luego de hervir la leche; sirvo en la bola infusora de plata en forma de corazón, un regalo de mi cuñada el cual sí conservaría, es demasiado hermosa y glamorosa para deshacerme de ella por la rabieta; agrego la cucharada de azúcar, muevo con paciencia, sorbo el contenido por poco. La noche es joven.

¿Realmente mataré a mi esposo por engañarme? ¿No le pediré una explicación? ¿No le reclamaré por hacerme perder el tiempo y mi dinero, en invertir en esta casa y la decoración? ¿Le preguntaré si nuestra relación significó algo para él? ¿Le cuestionaré si desea que volvamos a ser un matrimonio estable otra vez? O antes de matarlo, ¿le diré que me pida perdón? ¿le reclamaré por hacerme perder el tiempo? ¿me arrepentiré de hacer que su corazón se detenga o desearía reanimarlo? Creo tener el valor necesario, pero tal como dije que al perder mi primer paciente no perdería la cabeza, y estuve deprimida alrededor de un mes, así podría ocurrir con mi matrimonio convertido en viudez por mi propia mano.

En el cuarto sorbo, me doy cuenta de mis lágrimas derramadas por los recuerdos que me invaden como el calor de la leche. Lo conocí en una fiesta de una amiga de la universidad, lo empujé cuando me hacía camino para tomar un aperitivo de la mesa. Se le cayó el vaso de ponche en otra chica con quien se disculpaba por lo que tuve que intervenir para que no lo abofeteara por el incidente causado por mi torpeza.

Salimos de la fiesta y hablamos toda la noche bajo la luz de la luna, la misma luna que ha visto nuestros mejores y peores momentos, la misma donde se escondió para engañarme con el poder de la oscuridad de la noche. Quiero eliminar los instantes de felicidad absoluta, puros como un sorbo de café espresso: los besos cariñosos, sus palabras románticas, sus votos matrimoniales, cuando me dio el anillo de compromiso y me dijo que quería estar conmigo el resto de nuestros días. Ahora será el resto de mis días.

Sentada en la barra desayunadora, abro una de las gavetas de la alacena del costado. Es donde están todos los cubiertos, tres filosos cuchillos brillan de forma atractiva diciendo soy tu arma. Sacudo la cabeza. Estoy loca. Es otro pensamiento que me ha cruzado en la cabeza.

¿Por qué no simplemente dejarlo ir y ser feliz con su amante? ¿Por qué no buscar otra felicidad? Simple: porque no me da la maldita gana.

Hay demasiadas formas para matar, siendo doctora he aprendido métodos mortales, por supuesto, con el fin de salvar a las personas de las garras de la muerte, pero el otro lado de la moneda es necesario ahora, el otro lado de la guadaña que cae sobre el cuello para derramar la sangre. Envenenamiento, demasiado sospechoso y deja evidencia; acuchillamiento, finjo un atraco en casa o en el camino, pero la policía descubre las debilidades de mi plan y me descubren; cortar los frenos de su automóvil, muy de telenovela y no pasaría nada más que él sospecharía de mí luego que el mecánico le explique el diagnóstico; decirle que hay un animal en el techo y empujarlo desde ahí, posibles testigos oculares; fingir que me golpea y apuñalarlo, no está en mi lista de deseos una estadía en prisión.

Me he acabado el té para cuando ya no tengo más ideas. La densidad de la oscuridad es cada vez mínima, el amanecer está a punto de hacer su rutina de siempre, el sol apareciendo como huevo estrellado de una de las esquinas del horizonte. Estoy cansada, estoy harta de no descansar lo suficiente, de estos planes. Estoy asqueada de la idea de volver a la cama con un hombre al que he dejado de amar y que solo quiero ver muerto. Pero no hay alternativa.

Matar no es el problema sino no ser descubierto, algo que no voy a permitir. Afortunadamente no tengo prisa. Dejaré que Stephen me siga mintiendo, sus mentiras como bloques de madera cayendo en la hoguera de mi alma hasta que en un momento todo explote. De cualquier manera, si hay planeación, matarlo, matarme o matarla no será un problema, solo la elección de las herramientas.

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