El día de mi muerte está cerca. El calendario lo indica con una letra X en el día veintitrés de junio. Siento la ligereza de la muerte llegar conmigo en un conjunto de síntomas: mis células desaparecen, mis músculos se disuelven, las sinapsis se vuelven innecesarias y mi mente divaga. Podría posponer la fecha de la muerte pero no quiero hacerlo. Es increíble lo pacífica que se vuelve la vida cuando decides quitártela.
No me malentiendan. En estos días he valorado la vida más que nunca, pero si decido continuar, la falta de significado en mi vida me va a consumir otra vez, algo que no voy a permitir.
No soy una persona triste pero si admito mi naturaleza melancólica. Vivo eternamente atrapada en el pasado. Es como si me hubieran bañado en cemento y estuviera atrapada en un muro viendo como todo pasa mientras yo me quedo congelada en tiempo y espacio. Así siento que vi pasar la vida de mis padres, mi matrimonio, mi carrera, mi infancia, los años más felices.
Mis padres murieron recientemente, mi único apoyo en tiempos difíciles y vaya que me encontraba en el peor momento de mi vida cuando el destino decidió arrebatármelos. Ellos me recibieron luego de mi tormentoso divorcio, sanaron mis heridas emocionales, me ayudaron a volver a mi trabajo como periodista con columnas triviales pero que no pondrían en peligro mi escasa salud mental. Luego vine del trabajo y encontré una gran columna de humo al entrar a nuestro pequeño condado, un vecindario lejos de todo, incluido servicios de emergencia. Los vecinos llevaban los baldes con agua para apaciguar los devoradores lengüetazos de las llamas que consumían el hogar que había conocido en mi infancia y que era mi refugio en los momentos de oscuridad. Que cruel destino que convirtió mi santuario en una luz cegadora.
Por supuesto, antes de mudarme con ellos estaba la cuestión de mi matrimonio fracasado. Mi esposo me abandonó luego de diez años juntos, años en los que creí hacerlo feliz pero, en realidad, solo me había utilizado por mi posición económica, demás decir que perdí casi todo con mis vicios y la soledad que se impusieron como una sombra viscosa en mi hogar. Leí todos los correos electrónicos, mensajes y notas sigilosas que Henry había ocultado de mi para seguir con su farsa. En todos ellos hablaba de lo terrible que era tratar de hacerme el amor, de las aburridas que eran mis pláticas, de lo poco atractiva que siempre había sido y mi declive con la edad, de lo feliz que sería si me muriera de cualquier forma: violenta o tranquila. Aunque fuera solo alardeo, no me era posible concebir compartir el mismo techo con el hombre que había hecho semejantes declaraciones. El divorcio fue terrible y él se quedó con la mitad de mis bienes, no era mucho, y luego yo hice menos de lo poco que me quedaba luego de la feroz batalla de mi abogada.
Él culpó todo en mi carrera, mi trabajo obsesivo como periodista. Entendí su punto pero no lo acepté. No le iba a dar el placer de darle la razón, pero cuando se fue, notaba mis arrugas acentuadas a pesar de mi edad no tan avanzada, el cansancio era agudo como inyecciones en mis huesos, mi mente siempre corría de un lado a otro, no tenía paz. Mi cuerpo estaba siempre extenuado, mi mente corriendo en círculos. No fue fácil tener esa carrera, ni mantenerla. ¿Valió la pena? No me importa.
Entonces, al aunarse mi dolor físico, el horror adicional de la pérdida de todo lo que conocía como mío, como mi lugar seguro, no tengo más alternativa que partir de este mundo. No deseo mantener una carrera que me va a consumir, ni buscar un amor que me podría defraudar, ni construir cimientos en personas que jamás compartirán la sangre conmigo. Muchos dirán que me he dado por vencida, que soy una cobarde, que debería intentar. Pero no quiero, así de simple y no tendría que darle ninguna explicación a nadie, pero aquí estoy. Solo quiero descansar y no pensar en el dolor. Cada día que pasa se acerca a la X que al girar ligeramente se convertirá en una cruz donde se escribirá mi epitafio. No tengo quien me recuerde, quien me haga sentir que existo. Quizá ese es el mayor problema. Me siento inexistente y para darle mayor formalidad al asunto volveré a la tierra, origen de todos.
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