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Una Madre Odiosa - Capítulo 1 : Un Nido de Víboras


Marissa Lyons observa sus alrededores con detenimiento, y sabe que este no es el ambiente ideal para el bebé que está en camino, pero como siempre, dar su brazo a torcer no es una opción.
Acaricia su vientre con delicadeza, no solo siente unas breves pataditas, sino también roza con delicadeza sus dedos contra el tejido delicado de su vestido de satín. Faltan solamente unos cuantos días para dar a luz, pero no le preocupa en absoluto el parto, de sentir demasiado dolor, sabe que pedirá las drogas sin dudarlo o una cesárea. No va a complicarse por eso, pero sabe que este vecindario será tóxico para su bebé. Ella ha sobrevivido porque ha sido fuerte, quizá demasiado. Su hijo jamás tendrá amigos, no solo porque su vecina Julia Banks o su vecino Timothy Hudson no tienen hijos, sino porque en este lugar se percibe la intriga, el resentimiento, y la envidia como parte del día a día. Tan pronto como su bebé nazca, debe convencer a su esposo de irse de este lugar, antes que sea demasiado tarde.
***
Marissa siente un sabor extraño en el paladar luego de tomar una taza de café, no tiene mucha hambre en este momento, aunque usualmente es su hora de cenar. Alguien lanzó una piedra a su ventana minutos atrás, y se pregunta quién pudo haber sido. No hay muchos niños sino hasta muchas casas después. Debe haber sido alguno de sus enemigos.
No es la persona favorita del vecindario, de eso está completamente segura, y cualquiera pudo haber sido, Timothy, Julia, el esposo de Julia, o la sirvienta de Julia, sin contar otras personas del vecindario, que ellos se habían encargado de envenenar en su contra. Eran las 6 de la tarde, el reloj es justo lo que estaba viendo cuando la piedra resonó contra el vidrio que se repartió en el suelo en peligrosos fragmentos.
Toma asiento, se siente un poco agitada por el peso de su bebé. Solamente me quedan dos días, y luego por fin podré usar zapatos de tacón, se dice a modo de consuelo, sin calcular la cantidad de dolor que viene hacia ella. Struggle, le llaman los ingleses.
Una muestra de este futuro dolor se hace latente de la nada con un espasmo terrible en el vientre, como si un boxeador la hubiera golpeado del interior de su vientre. Viene una contracción demasiado súbita que la dobla de dolor. Marissa respira hondo, y se levanta del sillón. Voy a pedir las malditas drogas, dice en voz alta. Sabe que ha subestimado su capacidad de soportar el dolor.
Se acerca al mueble cercano a la puerta, donde se encuentra el teléfono, al lado de la lámpara que está a la par del florero, se aferra a la madera con fuerza como tabla de salvación, literalmente. Otra contracción la hace gritar del dolor y el teléfono cae de sus manos junto con su cable que utiliza para recuperarlo. Sus manos tiemblan y por un momento, siente un terrible temor aunque es el temor equivocado, ahora solamente piensa en cómo hará para no morir en el parto, ya que este dolor se siente como la antesala de algo mucho peor.
Marca el teléfono, no sin antes tomar asiento, pero se da cuenta que al presionar las teclas, no hay tono. La sorpresa sería más grande, de no ser por otra horrible contracción, y entonces observa el sillón mojado con la fuente que se acaba de romper.
Se levanta con rapidez. No encuentra su teléfono celular, juraría que lo dejo acá pero seguramente está en su habitación donde lo dejó antes de bajar a la sala principal. Maldita sea, grita con resentimiento, no tiene más alternativa que pedir ayuda a alguien en el vecindario. Timothy vive a tres casas, la anciana de al lado de seguro no la va a escuchar, los Rogers están de vacaciones, Suzanne Mayer no regresa de su trabajo hasta bastante avanzada la noche con su dudoso trabajo. Las únicas opciones son Alicia que vive hasta el final de la calle o Julia Banks. Es mujer. Tiene que comprenderme y ayudarme a pesar de todo, murmura. La única opción viable es la vecina del frente.
Invoca las pocas fuerzas que le quedan y camina hacia la puerta principal, deja la puerta abierta, debe volver por la maleta que llevará al hospital. ¿Por qué le hice caso a Noah y no le pedí que la bajara desde una semana antes? No es momento para cuestiones cosméticas. Camina a través de la calle. Que bien que no hay ningún automóvil circulando, se traslada rápidamente al ver a lo lejos la silueta de un rostro familiar, que no desea ver ni que la observe en este estado de debilidad. El temor de la humillación rara vez nos abandona.
Marissa toca con desesperación el timbre de la casa de Julia, quien atiende la puerta en lugar de la sirvienta quien acaba de contestar una llamada segundos antes de la llegada de la señora Lyons.
—¿Qué ocurre? —pregunta Julia alterada.
Marissa técnicamente se le sube encima, pero por el conocimiento general del vecindario que está embarazada no se la quita con ímpetu como su instinto le diría temiendo que alguien la vea haciéndole daño.
—Necesito ayuda —solicita, obliga a Julia a trasladarla con su apoyo—, necesito sentarme. Llama a los paramédicos. Se rompió la fuente.
Julia se nota preocupada, con muchas dudas corriendo por su mente, el shock de que su enemiga venga a su casa es grande, y no sabe cómo reaccionar ante esto. Mientras tanto Marissa se retuerce de dolor, pensando que la primera solicitud de ayuda es suficiente.
—Vuelvo en seguida —le dice a Marissa yendo a la cocina.
Los segundos de espera se hacen eternos, Marissa siente que Julia ha desaparecido de su propia casa y el dolor es insoportable y puntiagudo. ¿Por qué justo ahora no tenía que funcionar el maldito teléfono? El sudor corre por su rostro, sus manos continúan temblando. ¿Dónde demonios está Julia?, se pregunta, está a punto de llamarla cuando Julia aparece, bastante agitada, luego de oírse un ruido en la cocina, como el choque brusco de la porcelana.
—Ya llamé a la ambulancia —explica Julia, quien lleva una taza consigo—. Toma este té. Estoy segura te ayudará a relajarte.
—No necesito relajarme sino que me saquen a este jodido bebé —grita Marissa de forma interrumpida debido a la frecuencia de los dolores, pero igual toma el té al ver el rostro de preocupación de Julia, y entiende que no es su culpa, así que procura callarse en los siguientes segundos, ya que por poca que asistencia que le brinde, es vital en estos momentos. Pero no es necesario solicitar el silencio a su cerebro, ni callar el dolor, porque de repente, siente que el dolor disminuye, pero sus ojos empiezan a sentirse pesados, hasta que finalmente cae recostada en el sillón de la familia Banks. Julia retrocede horrorizada, las manos cubriendo la boca como si fuera un animal que va a escaparse. Su sirvienta viene a ver qué pasa, si bien no es fanática de Marissa Lyons, tampoco quiere dejar a su jefa sola en esto.
—¿Qué ocurrió? —pregunta.
—No sé, de repente se desmayó… creo —pregunta, intenta parecer preocupada, y en parte un poco decepcionada de no seguir viendo a Marissa gritar de dolor. Se acerca a Marissa y coloca un dedo bajo su nariz—. Sigue respirando, pero no la quiero en mi casa —explica.
—¿Qué sugiere?
—Marcus vendrá en unos minutos... podríamos esperarlo.
—Su esposo viene usualmente con el esposo de Marissa. Podríamos llevarla a su casa y él vería que hacer.
—No sé qué hacer, señora Hart —responde viendo a Marissa con preocupación. ¿Y si muere en su casa por su culpa? ¿por no haber llamado a las autoridades a tiempo?, dice su expresión ansiosa
—Llevemosla a su casa —sugiere la sirvienta.
Julia y la señora Hart llevan a Marissa a casa quien lentamente recupera el sentido y finalmente las ayuda a no cargar con su peso por completo. Atraviesan la calle. Todo está oscuro, tienen cuidado con los escalones antes de entrar a la casa de Noah Bishop. No hay nadie en la calle. Ni un solo testigo.
***
Dos horas después, Marissa despierta en el hospital, su visión es borrosa, y su memoria tiene aún más problemas de enfoque. Es consciente que es el lugar donde debe estar. Respira hondo al ya no sentir el dolor de un hijo a punto de nacer, retorciéndose en sus entrañas, destruyéndola a cambio de su libertad absoluta en el mundo.
Una enfermera murmura, acaba de despertar, Marissa se pregunta si se refiere a ella o a su bebé.
—Quiero ver a mi bebé —solicita, como toda madre, aun después de los horrores que un hijo le pueda hacer pasar, siempre debe saber que está con bien.
Su esposo, Noah Bishop, se acerca, su rostro está pálido, Marissa piensa en lo estúpido que es. Ella ha tenido que soportar esta carga con nueve meses, y él pretende parecer afligido por todo lo que ella ha tenido que pasar, pero luego de segundos, entiende que no es una palidez de empatía, sino de preocupación.
Los ojos de Marissa casi salen de sus órbitas, su instinto de madre se pone en alerta, aun si apenas lo tiene desde hace una hora y unos cuantos minutos, al menos oficialmente, porque una mujer debe ser llamada madre con la condición de haber dado a luz ese hijo.
—¿Dónde está mi hijo? —las caras largas de preocupación que la rodean solo sirven para agregarle drama innecesario a este asunto.
—Marissa, necesito que seas fuerte —explica su esposo con voz entrecortada.
—No necesito ser fuerte —responde Marissa tomándolo del brazo con fuerza—. Necesito que me digas la verdad en este momento.
—Cuando viniste al hospital, no traías al bebé —replica con brevedad.

—¿Cómo qué no lo traía? —pregunta incrédula—. No es un maldito accesorio de ropa. No es que me lo quite y lo deje sobre en un joyero, no... —no es necesario completar la oración, su memoria regresó. No debe estar en el hospital, sino en su vecindario para descubrir la verdad.



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