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Víctima - Marvin Menjívar (Historia Corta)


No había dudado de mi matrimonio con Joshua hasta ahora. Había pasado varias humillaciones y golpes que tenía que esconder con mucho cuidado, pues él no lo había tenido. Pero anoche, mientras jugueteábamos y lo molestaba colocando mi pie frente a su cara, sabiendo perfectamente que lo alteraría, pensé que me halaría o me botaría de la cama, pero en su lugar me dio una cachetada con su reseco pie. El shock es tan grande que no sé siquiera si puede ser catalogado como una cachetada. Y ¿por qué me preocupo de un detalle tan trivial y no del enrojecimiento de mi cara?

Él se rió de su gran hazaña y yo me levanté de la cama, por el dolor del golpe me pregunté si dejaría una marca, la eterna pregunta con Joshua y con mi anterior esposo, aunque antes estaba más preocupada por lo elevada que llegaría su voz o hasta donde llegarían sus golpes, con Joshua es diferente. Sin embargo, no por eso menos complicado.

Una gota de sangre salió de mi nariz, y recordé la vez que entré a la estación de policía, el día que decidí abandonar a mi primer esposo. Tenía el rostro lleno de moretes, raspones, tierra y sangre. Ese día tuvimos una pelea en el automóvil. Empecé a golpearlo, cuando de la nada, tal como ahora, un momento de epifanía me había llegado y me dije, ¿por qué tengo que aguantar a este hijo de perra? Me insultó, creo que me dijo imbécil, luego yo le devolví el insulto y detuvo el auto. Estábamos cerca de casa. Entonces me abofeteó y yo empecé a golpear sus hombros como una niña resentida hasta que él salió del auto y me pidió salir. Sentados, ambos eramos de la misma estatura, pero fuera del automóvil él era imponente y tenía esa ventaja, con el sol tras de si, creía ver una estatua, una muralla. No lo dejé abrir mi puerta, tan pronto como él activaba las puertas con el pequeño control azul, yo la volvía a cerrar. Sabía que iba a pagar caro.

Estábamos frente a la casa, entonces él perdió la paciencia, como era su costumbre, pero está vez en público; cuando vio que no tenía una oportunidad contra mi estrategia, amenazó con una piedra al vidrio de la puerta y la abrí. Tan pronto lo hice, la piedra cayó al suelo y pronto me uniría a ella luego que él me halara del cabello con violencia. Cuando intenté escapar me arrastró por el jardín jalándome los pies como una muñeca. Logré aguantar lo suficiente para que los vecinos llamaran a la policía al presenciar el escándalo.

En la estación de policía, estaba horrorizada, no solo por mi apariencia, mi blusa celeste y mi pantalón azul embarrados en mugre, sino por la posible opinión del público. Era una periodista y sabía lo terrible que les va a las víctimas, a diferencia de lo que la mayoría cree, la gente no siempre le da la razón a las víctimas, especialmente a las mujeres golpeadas, siempre es, ella debió haberse ido antes, ya sea cuando mataban al marido o cuando se terminaban suicidando. Antes era siempre la palabra clave, me encontraba en el momento y debía pensar en lo que pasaría después.

Al mismo tiempo, debo admitir que la idea de ser una víctima exitosa era tentadora. Ya veía a todos mis colegas periodistas acercándose y pidiendo mi versión de los hechos, haciéndome entrevistas. Finalmente había una mujer que podía hablar del abuso con propiedad y con las herramientas necesarias. Sin embargo, ese día, o hubieron noticias más importantes o a nadie le importó lo ocurrido. Hasta los vecinos fingieron que nada había ocurrido, entonces entendí porque muchas mujeres no dicen nada, ¿cuál es el punto de decir algo que todos quieren ignorar o que nadie quiere realmente oír? El día siguiente, cuando llegué a mi casa con muletas, esperaba un recibimiento digno de una novia recién casada, o una novia plantada dada la tragedia, pero no encontré nada más que una casa en absoluto desorden. Mi esposo ya se había ido. Solo los rasguños habían quedado en mi piel.

En el divorcio no obtuve mayor cosa ya que ninguno de los dos poseía mayor fortuna, así que salí de mi matrimonio con dolores crónicos en algunos lugares, especialmente en las noche de frío o al agacharme. Así que esto es ser una mujer violentada, me dije, que es básicamente ser una mujer olvidada, ciudadana de segunda categoría. Asistía a terapias creyendo que había cicatrices que curar, aunque lo hice de nuevo por el deseo histriónico de contar mi historia, aunque me alabé por no ser de esas débiles que extrañaban al abusador o se lamentaban en lo ocurrido. Habían mujeres con peores historias ahí, golpeadas hasta terminar en diálisis u operaciones de cabeza por coágulos en la cabeza por los golpes, una mencionó una vez que recibió un balazo en el brazo. Fue una noche triste para las mujeres nuevas que llegan esperando ser el mejor caso, como la mejor narración en una clase de literatura.

Jamás había creído en el mito que los abusadores llegaban a las mujeres abusadas como llevados por una feromona secreta o como si nosotras tuviéramos una especie de campo gravitatorio propio, como si nuestro rostro y sus manos fueran campos magnéticos opuestos, listos para un choque. Pero así fue. Un hombre apareció en mi vida y no me hice muchas ilusiones pero pensaba en él lo suficiente para considerarlo como una distracción de mis recuerdos de violencia y humillaciones. Un día iba con una de mis nuevas amigas del grupo de terapia cuando le señalé al hombre en cuestión, aterrada volvió a verme como si hubiera un fantasma tras de ella, así era.

Es el ex esposo de Melanie, me explicó, senti un nudo en la garganta deshacerse. Una idea había sido fecundada en mi mente, pero necesitaba tiempo para desarrollarse.

 

Mi jefa siempre me había dicho que mi trabajo era mediocre, mi esposo lo reiteraba explicando que no entendía mi deseo insensato de trabajar, especialmente al mencionarle las palabras poco motivadoras de mi superiora.

Luego de dejar ese matrimonio de violencia. Dejé ese trabajo donde tampoco me sentía a gusto con una mujer detestable como mi jefa, lo menos que necesitaba era negatividad.

Me fui a otra revista donde aún redacto las columnas de opinión sobre temas triviales, ¿Cómo educar a tus hijos en valores? ¿Cómo evitar ser víctima de un robo en línea? ¿Cómo identificar si tu hijo es un bully o es víctima de bullying? Finalmente vino el artículo que me trajo una sed de justicia, ¿Cómo reconocer a una víctima de violencia intrafamiliar? Mis fuentes siempre eran las mismas: internet, es decir, nada real. Sin embargo, ahora tenía una nueva: yo misma.

 

¿Quién mejor para contar la historia de la violencia que la mujer que la había experimentado? ¿Cómo no revelar esas pistas en un esposo que está a punto de explotar: golpear objetos cercanos, respirar hondo, cerrar el puño, elevar la voz, insultar? Tenía las historias y los detalles. Puse lo que pude en la pequeña columna de veinte líneas y no me quedé satisfecha. Necesitaba más. ¿Cómo resumir mi insatisfacción y mi ira en veinte malditas líneas?

Recordé al estar en la estación de policía el deseo que las cámaras aparecieran para preguntarme sobre el incidente, sobre cómo mi marido me había golpeado y cómo yo había salido viva apenas, aunque seguramente la primera pregunta que me harían sería si trabajaba o si dependía económicamente de él, necesitarían esa línea para excusarlo por su conducta y para culparme: no me iba de casa porque lo necesitaba. Lo cierto era que no lo dejaba porque a veces olvidaba los golpes o los insultos y también porque no quería que otros los recordaran en caso de dejarlo y que todo se descubriera.

 

No solo imaginé los periodistas de cadenas hermanas sino editoriales. Quería escribir mi libro, quizá con algunas exageraciones, dramatizaciones, más oh no por favor me haces daño y menos déjame en paz (que era usualmente mi método de defensa. Es innecesario mencionar que no tenía mucho efecto). Entonces entendí lo obvio, la razón por la que nadie había movido una pluma por mi historia: no era lo suficientemente víctima, no habían recaídas ni consecuencias psicológicas, no había aprendido mi lección.

 

El artículo flotaba sobre mí como las burbujas sobre los personajes de las caricaturas, estaba bien delineada pero sin contenido. El comentario de mi amiga de la terapia en grupo vino a mi, el que me dijo luego de señalarle al hombre con el que pretendía rehacer mi vida.

Parece que los malditos nos buscan para seguir lastimándonos.

 

Ni un hombre más me buscó. Yo los busqué desesperada, como si los golpes fueran parte de una fantasía extraña, como si en mi infancia los hubiera normalizado en lugar de detestado, y no, nunca hubo violencia entre mi mamá y papá si se lo preguntan.

Con mis primeros pretendientes, me di cuenta de lo fácil que era exasperar a los hombres, hacerlos que te halaran la mano con fuerza cuando hablabas con otro hombre en la discoteca, llevarlos a la desesperación cuando vas de compras a diferentes tiendas sin comprar nada, o que te hablaran con la voz elevada cuando no decidías algo del menú del restaurante. Una vez, una de esas cuantas citas experimentales me golpeó al salir del restaurante y me pidió que nunca lo volviera a humillar de esa forma o la pagaría caro. No lo vi como un sujeto de estudio apropiado, ya que era demasiado voluble. Tampoco es mi objetivo terminar muerta con un manuscrito sin publicar.

Joshua tuvo mucha paciencia y mostró lo mejor de sí por mucho tiempo. Yo hacía mis berrinches, mis imprudencias, o hacia mis pataletas inmaduras sin ninguna consecuencia. Inclusive creí haber encontrado finalmente el hombre de mis sueños, pero a la primera cachetada luego de decirle que había olvidado recoger su ropa de la tintorería, eso en nuestra primera semana de casados, supe que Joshua era tal como todos los hombres, tal como yo esperaba para bien o para mal.

 

¿Qué es ese poder que creen tener los hombres sobre las mujeres? Como padres castigando a sus hijos, como entes superiores elevándose sobre nosotras como nubes dispuestas a caer con rayos y cantaradas de agua. ¿Qué se creen? He notado las expresiones de mis esposos cuando consideraban dominarme, la mano en el cuello o agarrando el brazo con la firmeza de una tenaza. Es una mirada que dice, puedo desaparecerte cuando pueda, una mueca soberbia de los monarcas. No solo creen que me dan una lección sino que lo merezco y que ellos son los mejores encargados para esa gran labor casi divina desde su perspectiva.

He intentado entenderlo, mi cuerpo es prueba de ello. Muchos dirán que soy una tonta por aguantar lo que soporto por mi investigación. Podré ser una tonta, pero una tonta con una razón.

Así que aquí estoy ahora frente al espejo con la nariz sangrando y me pregunto que será de mi. Es cuestión de tiempo para que Joshua pierda la paciencia o que yo la pierda. No quiero que escriban de mi estando muerta. Joshua podría dar su versión y en vez de terminar como una víctima tonta dejada, podría terminar como simplemente una tonta. Podría atribuir mi causa de muerte a algún accidente trivial que me dejaría en las peores de las sombras.

He pensando en la posibilidad de matarlo. Una vez que me golpeó en la cocina por no haberle preparado la cena, vi el filoso cuchillo como un espejo donde veía a una amazona tomando el control de su vida, pero deseché el pensamiento. ¿Será el papel tan libre en prisión como lo dicen?

Aún puedo dejarlo y escribir mi libro, ya tengo bastantes historias para hacer más de doscientas páginas, lo he ido redactando en secreto en las noches, o cuando él se va a sus viajes de negocios que son un eufemismo para las aventuras que debe tener. Para él todas las mujeres son las mismas: un juguete sexual, también para mi los hombres son lo mismo, pero es algo de lo que alejarse mientras se está a salvo.

¿Escribiré mi historia con tinta o con sangre? Deslizo mi dedo en la gota de sangre que se desliza en mi nariz y entonces sé la respuesta.


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